La figura del liberado sindical ha sido objeto de debate desde hace ya algunos años. La crisis económica que atravesamos ha terminado por poner en el centro de la diana a esta figura de representación, que dedica toda o casi toda su jornada laboral a defender a los trabajadores.
¿Cómo se explica que varias comunidades autónomas hayan incluido a los liberados sindicales en sus planes para recortar el gasto?
Pues ha pasado lo de siempre: que UGT y CCOO han distorsionado el sistema hasta hacerlo insostenible. Del mismo modo que han gestionado erróneamente las subvenciones públicas que reciben, ambos sindicatos de clase se han aprovechado de la situación y, durante años, han liberado a un número desproporcionado y excesivo de delegados. No respetan el Estatuto de los Trabajadores, y dilapidan indecentemente el dinero público, el dinero de todos, colocando a amiguetes a través de oscuros acuerdos con ayuntamientos y otros organismos públicos.
El resultado de todo esto: miles de supuestos representantes de los trabajadores destinados a tareas no productivas, el consiguiente impacto negativo sobre la imagen y la reputación de los liberados españoles y el empeño de los políticos en terminar con ellos.
Los liberados son realmente útiles y constituyen un nexo fundamental entre la empresa y los trabajadores. En FASGA también tenemos esta figura, pero la hemos empleado siempre con responsabilidad y prudencia, no como un medio para devolver favores, colocar “amigos” y, en definitiva, eludir obligaciones –como han hecho UGT y CCOO.
Y es que parece que el sindicalismo de clase ha adoptado como objetivo la destrucción del sindicalismo en este país. Con sus estructuras y procedimientos propios del siglo XIX piden a gritos medidas como esta que afectan al resto de sindicatos, muchos de ellos independientes y profesionales, como es el caso de FASGA. Si emplearan correctamente las subvenciones, acataran las más básicas normas y tuvieran un mínimo decencia, todos se lo agradeceríamos y trabajadores y sindicatos independientes no tendríamos que pagar por sus desvaríos.