Que el sindicalismo de clase ha perdido el norte no es ninguna novedad. Lo que sí es nuevo es que sus dirigentes hagan autocrítica en público, aunque puede que sea lo único que les queda por hacer para intentar lavar su imagen tras años y años de despropósitos. Hae unos días, el propio Secretario General de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, reconocía que los sindicatos de clase necesitan “repensar” y adoptar una postura crítica con su actuación en los últimos tiempos.
A comienzos de esta semana Toxo volvía a hacer autocrítica afirmando que “la imagen de los sindicatos ante la opinión pública se ha visto deteriorada por la toma de algunas decisiones, como la firma del acuerdo de pensiones”. ¡Hasta ellos se han dado cuenta de que su modelo tiene las horas contadas! Desde luego, la afiliación a UGT y CCOO se ha resentido en los últimos tiempos. Por algo será…
Nosotros pensamos que el verdadero motivo del deterioro de la imagen del sindicalismo de clase es la dejadez que han mostrado por los trabajadores a los que supuestamente representan. Si hay un momento en el que podrían haber reafirmado su papel en la sociedad y mejorado su reputación es precisamente un momento como el actual, una crisis económica que nos exige luchar como nunca por los derechos de los trabajadores.
Por lo tanto, nos negamos a que nos metan a todos en el mismo saco. En FASGA hemos trabajado duro estos años para garantizar el empleo, y lo hemos conseguido en los sectores en los que estamos presentes (grandes almacenes, agencias de viajes, sector seguros etc.).
En su intervención, Toxo aprovechó también para atacar “la campaña de desprestigio que se emprendió hace unos años contra estas organizaciones, por ejemplo al criticar las subvenciones que reciben”. Tal campaña no existe. Aquellos que pensamos que las subvenciones que reciben UGT y CCOO son excesivas, lo hacemos valorando su rendimiento y las aportaciones que hacen a la sociedad. Si el dinero que reciben lo emplearan en acabar con los cinco millones de desempleados que hay en España (de los que son en parte responsables por su gestión), otro gallo cantaría. Pero no es el caso.
Resumiendo, Toxo vuelve a darnos la razón. Frente a un sindicalismo enquistado, dependiente de las subvenciones e incapaz de adaptarse a las nuevas circunstancias, el modelo de FASGA, caracterizado por la independencia y la profesionalidad, aparece como una alternativa viable para el sindicalismo del siglo XXI.