Tres años y cinco millones de desempleados después, todavía nadie quiere asumir su responsabilidad y parte de culpa en la catastrófica situación que atravesamos. La reforma de la negociación colectiva, que va camino del fracaso, ha desatado una nueva oleada de reproches entre Gobierno, empresarios, bancos y, como no, sindicatos de clase. ¿O acaso esperaban que UGT y CCOO reconocieran su (sustanciosa) parte de culpa?
Desde que el pasado jueves 2 de junio la CEOE y los sindicatos de clase rompieran las negociaciones para reformar la negociación colectiva, unos y otros se han acusado mutuamente del fracaso de las conversaciones y han dejado que el Gobierno presente su propio proyecto de reforma. Proyecto del que, por supuesto, CEOE y sindicatos de clase se desentienden.
Por si no fuera suficiente, el cruce de reproches ha saltado al desempleo. El lunes de esta semana, Francisco González, presidente del BBVA, daba un toque al Gobierno y vinculaba las dificultades de España en los mercados de deuda con el elevado número de desempleados. Ayer martes, el Gobierno respondía a través de su ministro de trabajo: “la destrucción de empleo se debe a los excesos de bancos y cajas (en las que por cierto hay dirigentes de Comunidades Autónomas y de los sindicatos de clase)”.
UGT y CCOO no perdieron la oportunidad de echar balones fuera y hacerle la rosca al Gobierno. La culpa no es sólo de la banca, también del Banco de España (cuyo gobernador es elegido por el Gobierno) por no avisar del tsunami que se aproximaba, según el secretario general de UGT, Cándido Méndez. Acusación respondida por el único que faltaba, Joan Rosell, presidente de la patronal, que devolvió la pelota al Gobierno, puesto que no serán ellos los que se encarguen de consensuar las reformas, afirmando que la culpa es de la rigidez del mercado laboral.
Está de más señalar que estas discusiones poco ayudan a España a salir de la crisis. ¿Por qué no remar todos en la misma dirección, hacia la creación de empleo estable y de calidad? Ya tendrán tiempo historiadores, economistas y periodistas de analizar y dictaminar quién tuvo la culpa. ¿O quizá la culpa fue colectiva?
Gobierno, sindicatos de clase y CEOE deberían dejar de pasarse la patata del desempleo. Es una patata grande y no muy sabrosa, cinco millones de desempleados. Pero si continúan jugando, podría ocurrirles lo mismo que les pasaba a los invitados de aquel clásico programa veraniego llamado Grand Prix: que la patata les estalle en la cara.